lunes, 9 de mayo de 2011

"Ojalá que la espera no desgaste mis sueños"


El barrio es la fábrica de los sueños. Jugar y embarrarse, porque no importa, porque divierte. El viento que ya no penetra y la lluvia que ya no moja, estás feliz disfrutando el partido con los vecinos, haciendo tortas de barro, jugando a las escondidas, corriendo porque es tu naturaleza. Mejillas ruborizadas – quizás del ¿frío?-, nariz teñida de rojo como de payaso, los ojos brillantes de excitación, las manos heladas e inamovibles, el porrazo que ya no duele. El buzo gran suplente del pañuelo cuando los mocos empiezan a asomar, no hay nada que no tenga solución. Seguramente mamá se cansó de coserte las rodilleras de los pantalones que lucen pitucones de diversos motivos con cuadros, con flores, con autitos... las manchas en la ropa van dejando su marca registrada. Los perros de la cuadra, que acompañan cada momento y movimiento con ladridos, fieles a las aventuras. Son las nueve de la noche e increíblemente, sin ponerse de acuerdo, todas las madres abren las puertas de sus casas llamando al unísono a cada uno de sus hijos:“ya es tarde”, “te vas a enfermar”, “hace frío”, “tenés que bañarte”, “no hiciste la tarea”, “a dormir temprano”. Sabés que volver a casa después de haber vivido el recreo más lindo de todos es la tarea más difícil. Sabés que existen muchos mañanas. Sabés que la fábrica de los sueños cierra sus puertas a la noche, pero las abre todos los días a la misma hora en el mismo lugar.

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